
Susana Cruz siempre quiso contar el cuento más bonito jamás contado. Era todavía
una niña y su habitación parecía un pequeño gran bazar, con fotos de modelos recortadas por todas partes. Ya
entonces soñaba con vestir por la cabeza a princesas prometidas la tarde de su gran día.
Los pies en la tierra, el corazón contento y la cabeza en las nubes
Poco o nada pudieron contra ella los aguafiestas esos que no se cansan de repetir
que la vida no es un sueño, que los sueños, sueños son. Susana sabía que en ocasiones la realidad se verifica al
margen de lo probable, en bosques donde las casas crecen en los árboles, en palacios habitados por la huérfana del
rey de los piratas, en mundos donde las niñeras viajan en paraguas, en el país de Nunca Jamás.
Crecer no era dejar a un lado las fantasías de la niñez, era más bien hacerlas
realidad. Solo había que tener los pies en la tierra, el corazón contento y la cabeza en las nubes.
¿Y por qué no?
Su particular camino de baldosas amarillas -no exento de espinas, trampas y jarros
de agua fría- comenzó a recorrerlo hace diez años, cuando abrió Suma Cruz, un taller en una buhardilla donde lo
accesorio es lo principal.
A las puertas de Suma enseguida fueron agolpándose hermosas aspirantes a reinas por
un día (a reinas para toda la vida, mejor). Susana y su equipo abrían ficha a cada una y tomaban nota de cuanto les
contaban.
En ocasiones, salían de allí con una idea totalmente distinta a la que habían
traído. Era porque Susana les retaba: “¿Y por qué no…?”. Como sabían que nunca diseñaría nada que no le gustase a
ella, aceptaban, confiando por un tiempo su reino afortunado en manos de Susana. Y fue así como empezaron a
acontecer cosas asombrosas.
El rock&roll de las hadas y los duendes
El hormigueo del equipo cuando entregaba las sombrereras con las coronas y las mariposas en el
estómago de las novias en el momento del “sí, quiero” fueron tomando forma en el taller de Suma. Lo mismo sucedía
con las libélulas capturadas a la orilla del río, estrellas fugaces amanecidas en el jardín, escarabajos reyes de
la creación y cofres repletos de oro rosa.
Los trabajos y los días comenzaron a sucederse vertiginosamente a ritmo de babidi-bibidi-bu, el rock and roll de
las hadas y los duendes. Mientras, el equipo de Suma creaba con sus manos diminutas obras de arte, luminosos
objetos del deseo. Se trataba de demostrar que la belleza no es una ciencia exacta, sino algo sencillamente
perfecto.